Edición de Álvaro Ceballos Viro
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Durante las tres primeras décadas del siglo XX el escritor madrileño Luis de Tapia (1871-1937) publicó sus poemas en la primera página de periódicos de gran tirada, como ABC, El Imparcial o La Libertad. Arturo Mori resumió su actividad con exactitud: «A diario escribe unas coplas que levantan ampolla, en las que comenta la actualidad. La fluidez de sus versos tiene el ritmo de su intención. A veces fustiga con violencia; otras, elogia con evangélica generosidad. Lleva la alegría en su pluma y no siente odio ni siquiera hacia los mayores enemigos que combate y tritura. Se enfrenta con el Trono y con el clero. Llámase anticlerical y antimonárquico, a todas horas. Detrás de ese coplero extraordinario marcha la opinión liberal».
La popularidad de Luis de Tapia fue, en efecto, enorme. Desde 1920 hasta la guerra civil numerosos artículos y entrevistas lo consideraron «el poeta del pueblo» por antonomasia. El 14 de abril de 1931, la multitud que celebraba la proclamación de la Segunda República en la madrileña Puerta del Sol lo reconoció, lo aclamó enfervorecida, lo subió a un automóvil y le pidió una y otra vez que leyera el poema que acababa de escribir, sobre el inminente exilio del monarca. En 1932 se imprimió una antología de sus versos, cuya edición pagaron por suscripción, entre otros, Ramón del Valle-Inclán, Enrique Díez-Canedo, Antonio Espina, Manuel Machado y los hermanos Quintero, además de una nutrida lista de asociaciones gremiales. Durante la guerra civil el Socorro Rojo hizo imprimir otra antología que se regaló en el frente.
A lo largo de su vida Luis de Tapia escribió varios cientos de artículos en prosa y más de cuatro mil poemas, de los cuales su compañero de redacción Dionisio Pérez dijo en 1918 lo siguiente: «Andando los años, más podrá estudiarse nuestro pensamiento y nuestro vivir actuales en estas flores de ingenio, salvadas del olvido en que caen los periódicos, que en libros sesudamente meditados y reposadamente escritos». Esta antología rescata de las hemerotecas casi un centenar de esos poemas, reconstruye el contexto histórico y social que los dotaba de sentido y propone con ellos un recorrido singular, novedoso y divertido a lo largo de uno de los periodos más sugestivos de la Historia de España.
ESCUDO NACIONAL
(1902)
Para pintar los blasones
y las armas favoritas
de una nación de jesuitas,
de cabritos y ladrones,
no has de pintar una grúa,
ni un azadón, ni una reja;
pinta un sombrero de teja,
dos cuernos y una ganzúa.
¿ESTÁ CLARO?
(1920)
¡Cuán inadaptadas son las abstracciones
que una conjetura, legal y potente,
dan, en nuevos métodos, las puras sanciones
de un sindicalismo falso y delincuente!…
¡Se omitió una obra, cuyos lineamientos,
todos doctrinales, desintegraría
los cauces legales de los instrumentos
que repudia, en firme, la categoría!
[…]
¡No osaré palabras que excusar maldigo!
¡Seguiré ofrendando mi escote en franquía!
¡Frústrese en intentos el dolo enemigo!…
¡Cada cual gradúa su abstracta energía!…
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¿Que no entendéis nada de lo que yo os digo?
(¡Es que hoy me ha hecho Maura las Coplas del día!)