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Blog: Bartleby en Juárez

Los Ángeles, 26 de enero de 2010
Maarten van Delden
University of California, Los Angeles
 

En junio del año pasado, en una visita a Ciudad Juárez, conocí a Willivaldo Delgadillo, autor de una brillante novela, La Virgen del Barrio Árabe (1997), y de un magnífico libro de historia cultural, La mirada desenterrada: Juárez y El Paso vistos por el cine (1896-1916) (2000).  Una amiga me había dado su dirección de correo electrónico, pero a pesar de varios mensajes intercambiados no habíamos logrado concertar una cita.  Le había enviado a Delgadillo el número de mi celular de Estados Unidos, el cual traía conmigo, pero no me había llamado.  Finalmente, en la mañana del último día de mi estancia en Juárez, cuando me encontraba en el cuarto de mi hotel haciendo la maleta para mi viaje de regreso a Los Ángeles, recibí una llamada de recepción.  Me informaban que el señor Willivaldo Delgadillo se encontraba en el lobby del hotel.  Bajé de inmediato para conocerlo y estuvimos charlando en el restaurante del hotel hasta que llegó la hora de mi partida para el aeropuerto de El Paso. 

Yo había venido a Juárez porque Antonio Moreno—un crítico y escritor mexicano residente en Estados Unidos—me había invitado a colaborar en un libro de crónicas sobre la ciudad.  El propósito de Antonio era de hacer un libro que ofreciera una imagen distinta de la ciudad, no la imagen negra que ha predominado en los medios nacionales e internacionales, sino la imagen de una ciudad donde a pesar de la violencia y los  conflictos sociales persiste la normalidad en la vida cotidiana.  No sé por qué Moreno me había invitado a colaborar en su proyecto, ya que las únicas crónicas que he escrito son las que aparecen en este remoto y esporádico blog.  Lo que sí sé es que en los días que estuve en Juárez fue imposible evitar el tema de la violencia.  Así fue también en mi conversación con Willivaldo Delgadillo.

“Puede que haya un aire de normalidad en la ciudad,” dijo Delgadillo.  “Pero cada asesinato es como un pequeño terremoto que seguirá afectando por muchísimo tiempo las vidas de los testigos y los sobrevivientes de la violencia.”  A Delgadillo le parecía que había como una nube encima de la ciudad y que nadie sabía en qué momento se despejaría el cielo.  El sentimiento de inseguridad se estaba generalizando entre toda la población.  “Antes me sentía mucho más seguro,” comentó Delgadillo.  “Nadie en su sano juicio hubiera pensado en secuestrar a una persona con tan escasos recursos económicos como yo.  Pero hoy en día ya no se limitan a secuestrar a la gente adinerada; secuestran a cualquiera para exigir rescates risibles.  Lo comparo con el efecto Walmart en la economía.  Del  mismo modo en que Walmart presiona a sus proveedores para que bajen los precios de los productos comprados por la empresa, la coyuntura actual dentro del mundo del crimen presiona a los criminales a aceptar una remuneración mucha más baja por sus labores.  El resultado es que todos nos sentimos menos seguros en la ciudad.”  Según Delgadillo hoy en día los criminales mataban sin pensarlo dos veces.  Hace sólo unas semanas asesinaron a un profesor de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez.  Por tratarse de un académico activista se pensaba que a lo mejor su muerte se debía a motivos políticos.  Pero Delgadillo sostenía una hipótesis distinta sobre la muerte del profesor.  Según él, al profesor le habían robado la troca.  Como sabía quiénes eran los responsables del robo, denunció el hecho a la policía.  Los ladrones le devolvieron la troca, pero el profesor se negó a retirar la denuncia.  Fue entonces que lo asesinaron.

Delgadillo era un verdadero torrente de ideas y observaciones.  Al final de nuestra conversación, le hablé de la invitación de Antonio Moreno a escribir una crónica sobre Juárez.  “Ah,” me dijo Delgadillo, “a mí también me invitó a colaborar en ese libro.”  Le pregunté si ya había escrito su texto.  “No,” me dijo, “y no creo que lo escriba.” “¿Y por qué no?” le pregunté.  “Lo que pasa,” me explicó con una sonrisa en la cara, “es que en Juárez todos somos unos Bartlebys.”  “Ya entiendo,” dije.  “Bartleby.  Preferiría no hacerlo.”

Maarten van Delden